Mis noches de África... (El Dakar '83 de Juan Porcar) (©SOLO MOTO)

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wxat
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Mis noches de África... (El Dakar '83 de Juan Porcar) (©SOLO MOTO)

Mensaje por wxat »

Cuando cabalgaba con mi BMW hacia las puertas de Paris, hacia la nacional 20, respiré profundamente. Al fin, después de tantas semanas de nervios, trabajo, agotamiento, me sentía libre, porque poseía la libertad que da el Dakar. Por unas semanas me iba a olvidar de ese reportaje que no tengo tiempo material de terminar o de hacer malabarismos con un presupuesto que se nos había quedado alarmantemente corto.

Ahora mi patrimonio se resumía a una moto, una mochila y un saco de dormir. Eran apenas las 9 de la mañana y estábamos a -4º C. El frio nos atacaba con sus afiladas espadas y daba la sensación de que deseaba cortarnos los dedos de las manos de un hachazo.

Había terminado la primera cronometrada de Olivet, un campamento militar exageradamente embarrado donde Rahier me dió la medida de su categoría de piloto. A mitad de tramo, cuando mi única preocupación era no rebozarme en una de aquellas inmensas roderas, observé como el público aplaudía delirantemente. Evidentemente no me aplaudían a mi, lo hacían a Rahier que me alcanzaba y a quien intenté no estorbar demasiado.

La etapa iba a ser larga, 1.100 kilómetros de una sola tirada hasta Nimes. Me quedaban "sólo" 900 tras esta cronometrada y decidí equiparme bien, pero bien de verdad porque sólo yo sé lo que sufrí el año pasado a lo largo de las 23 horas de ruta. Este año el frío era más severo y pude poner a prueba toda mi indumentaria: jersey de esquiar, mono de cuero, mono de agua con doble cámara y con material térmico, "sotocasco" de fibra polar (la misma que utilizan los alpinistas), casco integral de velocidad con una prologación de tela que iba hasta el tórax, manoplas especiales para las manos realizadas en tejido de barbour (¡gracias Garibaldi!) y por supuesto una larga bufanda. Todo esto ayudado por algún que otro café y la buena velocidad de crucero de la BMW, hicieron que una etapa que para muchos fué una tortura constante, para mi se hiciera más llevadera.

Era muy fácil encontrarte hasta 10 veces al mismo piloto parado reanimándose con cafés y caldos calientes, me pasaba y apenas 30 ó 40 kilómetros más lejos lo volvía a ver detenido. El frío hizo estragos en la larga noche del día 1 de enero. En la visera del casco integral se iba formando una espesa capa de hielo que regularmente tenía que romper y disolver con los dedos, ya que perturbaba la visión. En el cuerpo también se formaba una capa de hielo que de vez en cuando había que sacudir para no correr el riesgo de que filtrase.

Al caer la noche me detuve en una gasolinera para hacer un repostaje de carburante. En un margen de la estación de servicio estaba detenido un buggy del rallye. Su piloto se me aproxima y me pregunta si llevo guantes gruesos:

-No, lo siento pero no llevo- con cara de conformismo añade: -Bueno, mala suerte. Buen viaje-. Interesado le pregunto si son realmente importantes estos guantes.

-Pues sí, bastante, porque no me veo capaz de continuar muchos kilómetros todavía ya que sólo llevo esta indumentaria- una bonita combinación inífuga -pero que no abriga nada en absoluto y empiezo a tener síntomas de congelación.

El buggy era totalmente abierto, sin puertas ni techo y su propietario, a pesar de haber adquirido todas las bolsas de basura de las gasolineras por las que había pasado y envolverse con ellas, estaba siendo víctima del frío glacial.

A lo largo de la noche tuve tiempo de pensar muchas cosas. Recordé el año pasado por esta misma ruta ¡qué calvario! Recordé el grito que lancé al cielo cuando mi moto se gripó apenas 200km después de haber salido de París.

-Cómo han cambiado las cosas, ¿verdad Juan?- me decía a mi mismo. Evidentemente la experiencia es un grado.

También recordé las peleas con los nativos de las distintas embajadas en donde tuvimos que pedir un visado (Niger, Alto volta, Costa de Marfil, Malí, Mauritania y Senegal), los nervios de las casi cinco horas de verificación, ¡qué verificaciones! Se verificaba a la moto y al piloto desde la cabeza a los pies. Se nos hizo pasar por un examen de navegación, pruebas de capacidad pulmonar con una computadora que daba mil datos con tan sólo soplar un poco, se nos extrajo sangre para analizarla y conocer más a fondo nuestro metabolismo, se nos entregó un emisor (similar a una radio de campaña) por si nos perdíamos además de tres tipos de bengalas y una linterna, y se nos pidió la colaboración para realizar con nosotros las pruebas de un nuevo preventivo antidiarréico. Este experimento consistía en tomar diariamente unas pastillas facilitadas por la organización. Estas cápsulas eran de dos tipos, a pesar de que su aspecto exterior era el mismo. En unas había la medicina y en las otras simplemente nada. Nosotros no sabíamos cuál de ellas nos habían dado, sólo lo sabían los doctores. Según el porcentaje de pilotos que hubieran sido víctimas de descomposición (normalmente en África es un 50% de los occidentales), se vería si realmente era eficaz o no este nuevo preventivo... Nunca supe si mis cápsulas eran las buenas o las malas.

Eugenio Casas y Manel Fabregat pasaron por las mismas pruebas que yo. No olvidemos que participaban como pilotos a los mandos del Lada. Estaba entrando ya en Toulouse con plena oscuridad ya, cuando recordé una anécdota que me hizo reir casi a carcajadas. Por fortuna el casco, el "sotocasco" y la bufanda impidieron que los cientos de espectadores que aguardaban a las puertas de la ciudad pensasen que estaba loco por mi risa (dicen que antes de morirte por congelación te entra risa). Recordé el exámen de navegación de Manel Fabregat. Eugenio ya lo había pasado positivamente, pero teníamos temor de que Manel no lo superase, por ello Eugenio se ofreció como traductor del monitor, ya que Manel no entendía el francés. Fué una buena astucia. Cuando el monitor le preguntaba por ejemplo:

-Por favor, dígame en qué dirección exacta están los 260º, Eugenio, en vez de traducir textualmente la pregunta le decía:

-Coge esa brújula, pon el ojo y empieza a girar hasta que veas el 260. Entonces detente y señala con tu dedo la dirección donde estás mirando.

-Muy bien, muy bien
-contestaba el monitor y luego, dudoso añadía- Usted sólo limítese a traducir -dirigiéndose a Eugenio, quien le contestaba con una firmeza digna del mejor y más honesto tuareg del Sahara:

-Por supuesto, por supuesto.

-Ahora, sobre el mapa haga una variación 10º Este
-y Eugenio, serio como pocas veces lo he visto, traducía de la siguiente manera:

-Ahora la brújula encima del mapa haciendo ángulo entre estas dos líneas. Luego mueve el mapa hacia la izquierda hasta que la aguja te marque el número 10.

Eugenio se tenía que morder la lengua porque había que ver la cara de circunstancias que ponía Manel y de satisfacción cuando el monitor le dió el visto bueno, aunque algo dudoso porque veía como en la traducción "literal" el número de palabras se multiplicaba enormemente.

Pero volví al presente y ante mí aparecía una larga carretera de pavimento que me conducía a Nimes.

Llegué a esta ciudad a las 2 y media de la madrugada del día 2 de enero. Busqué el hotel donde previamente había reservado una habitación y aproveché para dormir 3 horas escasas.

Pesadamente, me levanté sobre las siete de la mañana y puse rumbo al Campamento militar de Garrigues situado a unos 10 km de Nimes. Era el lugarde la segunda cronometrada, un recuerdo imborrable.

A pesar del gélido frío de la mañana, un auténtico río de gente se dirigía hacia las montañas de Garrigues. Mi hora de entrada era a las 9.45 y enfilaba el camino de tierra hacia el control precronometrada con la tranquilidad de llevar tiempo sobrado. Veo un Seat Ritmo matrícula de Barcelona aparcado a la entrada de ese camino de tierra y pienso "Mira, un español, a lo mejor lo conozco". Apenas he recorrido unos escasos metros y empiezo a ver rostros conocidos que me saludan "... ¡Hola, Juan!". Los saludo perplejo y me pregunto "Yo diría que he visto a Munné, y a Jaime Pérez y a Nando y a un grupo de hombres de la Moto Alpina de la Cruz Roja y a otros muchos. ¿Será posible?".

Era cierto. Llego al control mientras todos ellos estaban remontando el camino todavía. Y empiezan a llegar amigos, decenas, docenas, cientos de amigos.

-¿Pero qué hacéis aquí?

-Hemos venido a animaros.


Y en mi interior me decía: "...¡Dios!, todo esfuerzo tiene su recompensa", y qué mejor recompensa que la de saber que por encima de todo tienes amigos.

Pancartas, palmadas en la espalda, palabras de aliento que no olvidaré y cientos de rostros conocidos y menos conocidos pero que estábamos unidos por un mismo sentimiento.¡HABÍAMOS CONECTADO! Mi ilusión se había extendido como una plaga contagiosa y yo sentí que la piel se me ponía de gallina y que los escalofríos me recorrían el cuerpo emocionado. Sentía como si cada uno me hubiera regalado parte de sus fuerzas, su entusiasmo y Juan Porcar, el insignificante Juan Porcar de siempre, se sentía con la misma fuerza del protagonista de "La guerra de las galaxias". Era como si me hubieran dado aquella espada mágica con la cual no temería a nada ni a nadie.

Ahora veo aquellos momentos como uno de los más profundos y bellos de mi vida. ¿Cómo puedo haber motivado a todos esos amigos que sin más interés que el de darme sus fuerzas llegaron desde Catalunya, Levante, Aragón, Castilla y otras regiones de España? Y pensar que en algún momento me sentí un loco solitario, ¡qué equivocado estaba! También vino a saludarme aquel cascadeur francés que conocí en el Rally de Túnez de 1980 y que terminó su carrera con su Bultaco destrozada contra un montón de piedras y al piloto de la Fantic 125 Bepe Gualini. Un italiano que se llevó la categoría en el Rally de los Faraones.

-¡Toma, toma! -me decía metiéndome en los bolsillos docenas de pastillas de vitaminas- Van muy bien, lo necesitarás. ¡Qué dia!, me parecía estar borracho y me sentía impotente porque quería agradecerles a todos esa amistad que me estaban demostrando pero no sabía como hacerlo, era demasiado lo que me estaban ofreciendo y poco lo que yo les podía ofrecer.

Neveu, que salía dos números delante mío, preguntaba constantemente:

-¿Quién es ese tío al que viene a ver tanta gente?

Auriol, que salía tres detrás mío se me acercó antes de salir en la cronometrada y me dijo:

-Eres un hombre afortunado con tantos amigos.

Y lo era, porque Neveu había ganado tres veces el París-Dakar pero estaba sólo, mientras yo tenía a todos esos amigos. También en mi interior me decía: "No me lo merezco. Hay tantos pilotos españoles que están luchando en otras especialidades durante meses enteros y se lo merecen más que yo".


Primera caída

El público abarrotaba la pista por donde discurría la cronometrada. Como el año pasado el sol estaba en contraluz y veía el aliento de las personas saliendo de sus bocas y narices. También veía las enormes balsas de agua helada que había al principio.

Rahier salía detrás mío con una imponente BMW 1000 a la que debía subir una vez se le había dado la salida (no llegaba al suelo). El piloto ex-Campeón del Mundo se me aproximó momentos antes de que saliera y me dijo:

-Cuidado con el primer viraje de izquierdas porque hay una inmensa placa de hielo. Pasa por la izquierda despacio.

No sé si me lo dijo para evitarme la caída, que hubiera sido segura, o para evitar encontrarse con un piloto en el suelo. Por un motivo u otro lo cierto es que me evité una caída. Con anterioridad se cayó allí Jean Noel Pineau como un prefacio de su terrible accidente ocurrido dias más tarde. También se cayeron en ese mismo viraje Merel de Yamaha, Loiseaux de BMW y otros cinco pilotos.

En esa curva, a pesar de las precauciones la moto se me cruzó extraordinariamente, salvándome de una caída por casualidad (¡hubo quien creyó que lo hice a propósito!).

Pletórico de entusiasmo y convencido de que ya no encontraría hielo decidí alegrar el paso con tan poca fortuna que en una recta terminé dando con los huesos en el suelo. Había un piloto levantándose justo en el úncio lugar donde no había hielo. Al verle pensé: "No es complicado pasar por encima del hielo en recta". Éso fue lo que pensé, pero me equivocaba. La moto se cruzó en un derrapaje larguísimo, intenté enderezarla haciendo contramanillar pero el derrapaje no terminaba, el manillar hizo tope y terminé arrastrándome por el suelo junto con la moto. Pocos desperfectos, maneta de embraque doblada y tapa de válvulas agujereada. Un poco de cinta americana para no perder el aceite y con más precaución hasta el final de la etapa.

Salí de la montaña y puse rumbo al puerto de Sete, ¡ya estaba practicamente en África! Me detuve en el mismo bar en que lo hice el año pasado para tomar un sabroso desayuno. El sol matinal entraba por la cristalera. Había otro motard del París-Dakar. Tapados con bufandas y manchados de barro nos sentamos en la misma mesa poniéndonos bajo los rayos del sol para entrar en calor.

-Hola, buenos días -le dije.

-Hola -me respondió con una sincera sonrisa que asomaba por debajo de un poblado bigote al estilo de Groucho Marx.

-¿Cómo te ha ido? -continué.

-Regular, me he caído tres veces -en mi interior pensé: "pobre tío"- pero estoy bien -intermedió- y con la moral a prueba de bomba. Este año voy a llegar a Dakar.

Lo había intentado en dos ocasiones más. En una ocasión rompió el motor de su Yamaha a 350km de París y en la segunda cayó por un precipicio de 25 metros entre Gao y Mopti.

-Pero no me fracturé nada, aunque tuve que dejar la moto allí.

Estaba en aquel bar esperando que llegase su mujer que conducía una furgoneta con la cual le había acompañado por Francia. Estaba con la moral al máximo y era muy fácil adivinarlo en sus palabras y en el brillo de sus ojos. Tres días más tarde era repatriado por avión con fractura doble en una pierna... cruel Dakar.

El puerto de Sete fue un auténtico caos. El público rompió el cordón de acceso y entró en el parque cerrado. En tanto Manel me cambiaba el depósito pequeño por el de 38 litros para afrontar África, Eugenio y yo organizábamos la forma de meter el equipaje que debía ir repartido en dos vehículos, en uno solo. Al final llegóa sobrar espacio... pero poco, muy poco.

La hora de la verdad

Como a Cenicienta, la organización nos dejó hasta las 12 de la noche como hora máxima de entrar en los dos barcos. Había llegado la hora de la verdad.

Los barcos se alejaron del puerto de Sete a las 7 de la mañana del día siguiente. 24 horas de relax, paz. Iba a ser en este hotel flotante donde dormiríamos por última vez en camas y donde comeríamos en un restaurante..

Aprovechábamos las horas repasando las hojas de ruta. Como nosotros, todos los demás. La discoteca del barco se había convertido casi en una biblioteca. Apuntes, explicaciones mutuas, preguntas, palabras de difícil traducción. Era el momento de ponerlo todo en orden.

El equipo japonés superequipado y uniformados. El uniforme se componía de varias cosas, entre ellas un chaleco donde se podía ver el bolsillo para el mapa, los huecos para los bolígrafos, para papel en blanco, para los distintos tipos de destornilladores, para una llave inglesa, para una linterna con un largo flexo que recordaba a una jirafa y con su brújula colgada al cuello y sus machetes en la cintura. Eran igual que guerrilleros del Vietnam. Con ellos iba un traductor que tuvo la nada fácil tarea de traducirles los ¡10.000 km! de las hojas de ruta.

Nada más desembarcar nos esperaban 750km de etapa. Debía ser una jornada sencilla, sin complicaciones, a través de una carretera pavimentada.

Cuando nos disponíamos a bajar la moto del barco nos aborda un matrimonio de valencianos.

-Hola Juan, soy Pepe y ella es mi mujer Ana. Hemos venido para acompañarte mientras podamos.

¡Habían venido a Argel para acompañarme! Pepe me había telefoneado unas semanas antes de partir de España.

-Juan, ¿qué día llegáis a Argel?, me preguntó. Yo le dí todos los datos, pero casi me olvidé, porque sinceramente no creí que llegasen a viajar tantos kilómetros para acompañarme.

En el puerto, el Gobierno argelino precintó todas las emisoras de radio de los vehículos. En territorio argelino nadie podría utilizar radio para comunicarse.

La etapa no tuvo mayores complicaciones salvo una pedrada propinada por un niño en el dedo meñique de mi mano derecha. Del niño me acordaría durante todos los días restantes, porque el dedo fue cogiendo un color azulado y apenas podía doblarlo.

Al campamento llegué antes que el camión cocina de Africatours y tres horas antes que el Lada de Eugenio y Manel. Por fortuna Pepe y su mujer se habían pegado a mi rueda y me hicieron compañía esas horas de espera. Montamos su tienda de campaña junto al equipo Honda que también esperaba sus vehículos de asistencia. Entre esos pilotos estaba Gilles Desheulles, el hombre que el año pasado intentó consolarme con sus palabras momentos antes de mi abandono.

-Buenas noches, Juan, -me dijo con una amplia sonrisa- este año llevas una buena moto.

-Sí, eso creo.
-le respondí.

-¿Cómo pudiste regresar el año pasado hasta España? -me preguntó interesado, a lo que yo le respondí y entablamos una conversación muy amena.

-¿Has visto a Rahier? -me interrogó.

-¡Como no!, sale detrás mío.

-Te aseguro que no durará mucho en carrera.


Fue como una predicción que no tardaría muchos días en cumplirse.

Pepe y Ana, visto el frío que hacía (bajo 0ºC) optaron por dormir en su automóvil, cediéndonos gentilmente la tienda de campaña.

A las 7 de la mañana Sabine nos dió su acostumbrado meeting, donde se nos explicaba como iba a ser la etapa del día.

Tapados con anoraks, gorros de lana, bufandas y con un vaso en las manos que contenía leche con cacao humeante escuchábamos intrigados. Todavía no había amanecido. Hoy ya saldríamos a la cronometrada en sentido inverso a la clasificación general, para hacer que los pilotos más lentos dispusieran de las máximas horas de luz y, al mismo tiempo, evitar que los automóviles los cogieran muy pronto. Ello entrañaba sin embargo, que las dos o tres primeras horas de cada día estaríamos sumidos en una angustiosa y perenne nube de polvo.

Momentos antes de la salida en la cronometrada, me dan la ración energética que se componía de 4 dátiles, 250cc de leche y la misma cantidad de naranjada, una pequeña lámina de queso, cacahuetes, un pastelito y puré de manzana. Todo ello iba metido en una pequeña caja de plástico naranja que a Eugenio le fue muy bien para seguir la pista, ya que ellos salian practicamente los últimos de la carrera y encontraban el rastro de cajitas a lo largo de toda la pista.

La etapa era una combinación de pista de arena y roca con ángulos vivos. Habían empezado las cosas serias y los accidentes serios también. El primero, el de Jean Paul Mingels, el piloto oficial de Yamaha, quien en un impacto terrible, partió la moto en dos y se golpeó la cabeza brutalmente, causándose un fuerte traumatismo craneal. Los primeros en llegar a él son Pineau (pobre Pineau, que moriría días más tarde), Merel y Ludovic y viendo el estado de Mingels deciden quedarse con él hasta que fuera evacuado 2 horas más tarde.

Mingels estuvo a punto de ganar el París-Dakar el año anterior, pero una fractura de pierna se lo impidió. Ahora de nuevo era enviado a Europa por avión. El año pasado estuvo treinta horas en estado de coma y quien más sufrió cada segundo de ese tiempo fue Nadia, su mujer.

-Cuando supe que Jean Paul participaría de nuevo en el París-Dakar quise morirme. -dijo a uno de sus mecánicos la mujer de Mingels- Era volver a sufrir el infierno del año pasado.

Al terminar la etapa un periodista de L'Equipe me contó la conversación que mantuvo hacía poco tiempo con un nativo:

-¿Pero qué es lo que vienen a buscar todos ustedes aquí? Es absurdo, porque yo preferiría hacer una carrera entre Marsella y Venecia, por ejemplo. Pero ¿qué les puede motivar el venir a realizar tantos esfuerzos y sufrir en el desierto? Ustedes están locos...

Quizá tuviera razón, pero mi amigo periodista no supo encontrar la respuesta lo suficientemente lógica como para que Omar (así se llamaba ese nativo) lo entendiera.

Sobre su caída, Mingels explicó posteriormente en París:

-Vi pasar a Rahier, tras él una enorme nube de polvo. Y después, nada. Sólo recuerdo un agujero negro en mi cerebro. ¿Un salto, una piedra? Una caída. La moto debió pasar por encima mío golpeándome las piernas. -reposa un poco y luego añade- Cuando abrí los ojos, vi gente irreconocible que me hablaba. No comprendía nada de lo que me decian..

Su mecánico posteriormente comentó que Mingels repitió hasta la saciedad que nadie se olvidase su mochila, pues llevaba el pequeño recambio para la etapa y él creía que podía continuar.

-La mochila, devolvedme la mochila -repetía sin cesar.

Mingels no pudo continuar ya que tuvo que ser enviado por avión a la Fundación Foch de París donde fue internado.

Y mientras era entrado en el DC3 no hacía más que repetir:

-Con la ilusión que tengo por el Dakar y qué injusto es él conmigo.

Al finalizar la etapa cronometrada y a falta de casi 300 km de enlace hasta el campamento (¡qué enlace!, casi peor que le cronometrada) me detuve a comer mis dátiles y cacahuetes.

Me siento junto a la moto y como el mendigo que organiza su cena de fin de año con tres huesos y una espina de pescado, me organicé mi mini-banquete. "¡Qué buenos estos dátiles!" -pensaba, cuando de repente levando la vista y veo a otro piloto tan lleno de polvo como yo que de pie sobre su moto no hace más que mirarme como trago todo.

-Hola -le digo para abrir brecha en la conversación.

-Hola -me responde y casi sin pausa continúa- está bueno, ¿verdad?

-Sí, sobre todo con el hambre que tengo. ¿Y tú? ¿Ya has comido?

-No
-con un tono de voz muy bajo- lo he perdido por el camino.

Evidentemente no me quedó más remedio que ofrecerle parte de mi ración.

-Hombre, no quiero abusar -sin duda eran estas palabra obligadas pero en el fondo deseaba tanto como yo devorar mi escasa ración de comida.

-¿Qué quieres? Toma los cacahuetes, la naranjada, el último dátil y el queso. ¿Va bien? -y con unos ojos como platos de grandes, se sentó apoyándose en mi BMW para tragarse materialmente todo.

-Gracias, gruuacias, grrruuasias -me decía con la boca llena. Llegué al campamento cerca de Ouargia todavía de día y encontré a Paolo Scalera, periodista de Motosprint y compañero en el Mundial de velocidad. Se empeñó en darme comida:

-Nos tienes que dejar bien a la prensa de la velocidad. Come, come. -los primeros bocados pasaron muy bien pero llego un momento en que tenía todo el estómago lleno a tope.

-Paolo, que no puedo más.

-Come, come, que no sabes cuándo podrás comer otra vez.


Al poco rato llegaron Pepe y Ana que habían tenido que coger otra ruta, ya que la del rallye era impracticable para su Talbot.

La noche y el frío cayeron rapidamente. Tres horas más tarde llegaron Eugenio y Manel. El camión cocina humeaba, en tanto los 700 participantes del rallye hacíamos una pesada cola con nuestros platos y cubiertos esperando que cayese sobre ellos el caldo y el siempre bienvenido cus-cus. Luego, una duna como silla y las rodillas como mesa.

Al día siguiente casi 400 km donde el contacto entre la arena y nosotros iba a ser ya cotidiano. El temor por el comportamiento de mi BMW con el enorme depósito de 38 litros estaba desapareciendo porque no molestaba tanto como pensé en un principio. En una impresionante rampa, estaban cinco pilotos intentando levantar y poner en marcha sus motos. El paso bueno estaba bloqueado y no era cuestión de detenerse porque la moto se quedaría hundida. Mientras me aproximo, la vista va rastreando ese paso arenoso buscando el mejor lugar. Veo que la arena por el lado derecho está virgen, aunque existen algunos pequeños cortados que, con precaución pienso pasaré. Casi lo consigo, me falta muy poco para llegar a la cima, apenas unos metros, cuando en el último cortado de mayores dimensiones que los anteriores, la rueda delantera se clava en la arena.

-¡Mierda! -fue una exclamación espontánea, casi refleja, pero que seguramente escucharon todos los demás pilotos que estaban golpeando sin cesar el kick starter de sus máquinas. Estaba tan clavada en la arena que me era imposible moverla. De repente veo que por la montaña, dando saltos, aparecen tres rostros conocidos. Eran tres fotógrafos del Mundial de Velocidad que con sus máquinas al hombro bajaban de las montañas como lobos.

-Vamos, Juan, sube sube en la moto -y cogiéndome la horquilla delantera entre los tres desentierran la rueda delantera- Ponla en marcha, ahora ya saldrá.- y así fué. Cuando iba por la pista pensaba: "Desde luego ha sido toda una suerte que estuvieran allí. Además, ¿qué pensarán los otros pilotos que se han quedado tirados y a los que los fotógrafos se limitaron a plasmar con sus máquinas?"

A unos 150 km del final de la cronometrada noté como la llanta delantera arrastraba por el suelo excesivamente. Había pinchado. Era algo que presentía porque a pesar de ir hinchado a 2 kg, el terreno era terriblemente castigador.

-En África para ir deprisa hay que saber ir despacio -Con estas palabras de los hermanos Marreau (vencedores entre los automóviles el año pasado) me entretuve casi 40 minutos en cambiar la cámara, tiempo en el que empezaron a cazarme los automóviles y sus correspondientes polvaredas.

Reanudé la marcha con mucha precaución. Una hora más tarde pasé junto a un pequeño oasis donde había la tienda de unos nómadas y unos niños que, frenéticos, me señalaban una dirección. A esta altura de la cronometrada yo tenía que guiarme aproximadamente con la hoja de ruta, ya que al llevar la BMW el cuentakilómetros cogido en la rueda trasera, en la arena la rueda trasera había girado mucho en vacío y existía casi un ¡20%! de error en el cuentakilómetros. Jamás pensé que los niños me estaban engañando, quizá por aquéllo de la inocencia infantil. Pero me llevaron al huerto, porque media hora más tarde me convencí de que aquélla no era la pista. ¿Volver? No, no quería perder más tiempo después del pinchazo por lo que acepté el riesto de salirme de pista y dirigirme hacia desierto abierto, donde yo pensé que encontraría la pista buena. Pasan los kilómetros y presiento que estoy más perdido que nunca.

"He de regresar por mis propias huellas hasta el oasis" -me dije. Pero mis huellas no habían quedado marcadas al ser el terreno muy duro. ¿Qué hago? Empezó a invadirme una inquietud que nunca es buena compañera. Decidí situarme en el punto más elevado de donde alcanzaba mi vista. Era una pequeña colina. Estaba preocupado, muy preocupado, porque estaba fuera de la pista y si pinchaba de nuevo de delante no podría buscar más. Además estaba fuera del itinerario del camión "escoba" y estar fuera de la pista es estar fuera del Mundo. De repente, veo polvo, y como emergiendo del desierto empiezan a hacerse visibles una larga fila de automóviles. A la cabeza, los hermanos Marreau que me hacen ráfagas de luces. Llegan hasta mi. Bajan todos de sus vehículos (conté 17 automóviles) y me preguntan por donde he venido.

-No lo sé.

-Nosotros
-me dicen- nos hemos perdido por culpa de unos niños. -y con una sonrisa les respondo:

-La inocencia infantil está complicándonos la vida -no me olvidaba de la pedrada que otro niño me había propinado en uno de mis dedos. Todavía me dolía.

Nadie se ponía de acuerdo así que se formaron varios grupos y cada uno salió en una dirección. Yo decidí unirme al grupo de los hermanos Marreau por aquéllo de la experiencia. Era la unica moto. Además, era el vehículo que menos polvo hacía y que más tragaba. Envuelto en una constante nube intentaba mantener su ritmo, cosa que no podía por miedo a pinchar de nuevo, y veía desesperadamente como poco a poco se iban alejando. Inesperadamente vimos aparecer sobre nuestras cabezas una pequeña avioneta que haciéndo círculos, llamaba nuestra atención. Nos detuvimos y a los pocos minutos se reunieron con nosotros todos los otros vehículos que estaban perdidos en el desierto. Cuando nos vio agrupados, nos señaló la dirección de regreso al oasis y hacia allí nos dirigimos en caravana que algunos abandonaron al quedarse sin gasolina, como los hermanos Marreau, que perdieron aquí su rally.

Al llegar frente a los niños, enojado les pregunto cuál es la pista para El Golea. Ellos, riéndose me extienden sus manos y me dicen:

-Dinars, queremos dinars -¡querían cobrar! Nunca conoceré a los africanos. Les día una moneda de 10 dinars (unas 300 ptas aunque les tenía que propinar una bofetada) y entonces indicaron la buena ruta.

En ese punto se perdieron en total 132 participantes, entre los que contaron Eugenio y Manel a quienes, por fortuna, un helicóptero de la organización orientó convenientemente. En el París-Dakar se juega con cartas desconocidas y uno nunca puede preveer lo que el futuro le depara. Llegué al final de etapa y cuando fui a comerme mi preciosa ración energética resulta que la había perdido. ¡Porras! Estoy con un hambre que me muero y no tengo nada que llevarme a la boca ni nadie para pedirle algo.

Decidí poner rumbo al campamento que estaba a unos 160 km. Pensé que en El Golea podría encontrar un restaurante (como se entienden en África, por supuesto), pero en el único hotel, de bastante lujo (un paraíso en el desierto) se negaron a servirme por mi denigrante aspecto.

-Pero si tengo dinero para pagar -les decía.

-No, no, está todo cerrado -aunque yo, a través del cristal, veía como servían las mesas.

El embrague patinaba enormemente y tras hacer el pleno de gasolina en el pueblo me fui hasta el campamento situado al pie del fuerte abandonado de Chebaba. Sabía que tardarían dos o tres horas en llegar Eugenio y Manel, así que decidí una vez más repasarme toda la tornillería, desmontar el depósito y el asiento para que cuando llegase Manel me cambiase el disco de embrague que Jean Castera, mecánico de Auriol, me dijo que estaba "muerto".

Habían pasado tres horas y no llegaban. Yo tenía un hambre de perro, así que busqué algún rostro conocido para que me prestase un plato y cubiertos. Asalte al mismo piloto al que el día anterior le había cedido parte de mi comida. ¡Qué bueno estaba el cus-cus! Y la sopa... ¡qué sopa! Pasaba el tiempo y ellos no llegaban. El frío castigaba bastante así que decidí aproximarme a un pequeño fuego donde estaban tres pilotos. Eran ya las once de la noche y hacía casi cinco horas que esperaba. "¿Les habrá ocurrido algo?", era la duda que me asaltaba. Entre tanto, protegidos del viento tras los restos de una choza nos calentábamos pegados los unos a los otros. Uno de ellos era Jean Mª Poli, el probador de Moto Journal que participaba con una KTM. Otro era el piloto vestido de cebra (no recuerdo su nombre) que había abandonado su moto en el desierto el día anterior al rompérsele la distribución.

-Vaya asco -me decía mirando el fuego- el año pasado que iba de novato, terminé y éste que lo llevaba todo preparado al máximo se rompe la moto.

Era la noche de Reyes y a pesar de resistirme, no pude por menos que acordarme de Blanca, mi hija. En tres años, tan sólo uno, el primero, he podido estar a su lado ese día tan importante para ella. Este pensamiento me rasgaba el corazón. ¡Demonios, a cuantos sacrifico con esta ilusión! Mirando el fuego, también me acordé de las últimas palabras de Blanca al despedirme.

-En el desierto están los camellos, los camellos tienen dientes y muerden mucho, mucho, mucho. Cuidado, ¿eh?

Tuve que hacer un esfuerzo para olvidarme de ella. No quise llevarme ninguna fotografía para olvidarme por completo y durante los primeros días, con no poco esfuerzo lo había logrado, pero esta noche sucumbí, era imposible no acordarse de la familia a pesar del sabio consejo de Sabine antes de salir.

-Olvidad vuestra casa, vuestros seres queridos, porque tenéis que ser egoistas ya que de lo contrario os hundiréis psicologicamente.

Los pensamientos quedaron cortados de repente por la visión del Lada azul. Salí corriendo.

-¿Qué os ha pasado?

-Hemos estado más de cuatro horas haciendo cola para poner gasolina
-me dijo Eugenio.

-Manel -le dije- prepárate. Ve a cenar bien porque después se debe cambiar el embrague.

Hasta las tres de la mañana estuvo soportando la temperatura de cero grados trabajando sobre la moto. El embrague no estaba gastado, lo que ocurría es que en el centro del disco había entrado arena, por ello patinaba.

El matrimonio valenciano ya no pudo llegar a Chebaba pues la pista era difícil y optaron por regresar a Valencia dejándonos prestada la tienda de campaña.

Chebaba-Bon Omar Driss. Una etapa en donde se puso a prueba tanto la resistencia auténtica de los pilotos como la de las máquinas. Unos 300 km de terrible "Tole ondule" y 200 más de arena y desierto abierto rodeando el Gran Erg.

La "Tole" había que afrontarla a un mínimo de 90-100 km/h para poder volar por encima y evitar que la frecuencia de la vibración (la "Tole" es como una gigantesca uralita) se hiciera insoportable. A 100 km/h era soportable, pero no había desaparecido la vibración. Además se debía tener mucho cuidado porque en la pista, además de esas ondulaciones habían grandes rocas (no olvidemos que algunas de las pistas por las que pasamos hacía 20 años que estaban inutilizadas). En los primeros kilómetros el primer KO técnico fué para Gaston Rahier. Mantenía el liderato de la clasificación hasta que llegó a un río seco plagado de inmensas rocas. En apenas 100 metros de rocas rompió las dos llantas, el cubrecárter y el cárter, abandonando al momento.

La carrera cambiaba de signo. La Honda de Vassard se ponía líder y Auriol esperaba el momento de atacar perdido en el noveno lugar.

Los kilómetros pasaban y la "Tole" machacaba los músculos y también el cerebro. La velocidad y las rocas obligaban a una concentración extrema, porque en varias ocasiones la pista estaba cruzada por grietas que no se distinguían por la uniformidad de color del terreno. Había momentos en que había que cerrar los ojos, apretarlos fuerte para conseguir concentrar la visión en la pista ya que la vibración afectaba a la vista. Me marqué mi ritmo. Me había hecho la promesa de llegar a Dakar y sólo lo conseguiría si no me desfondaba ni dañaba la mecánica. La táctica era buena porque me lo demostraban cada día que pasaba y la moto estaba practicamente impecable. Unas roderas en un banco de arena, la BMW que cruza y ¡zas! al suelo. No ha pasado nada. Lo importante es levantarla rapidamente y continuar. Me ayuda otro piloto que se había caído antes que yo y, con estupor, veo que el carburador de la derecha pierde gasolina. No podré llegar al final.

-No te preocupes, un control de paso me ha dicho que dentro de 50 km existe un camión cisterna.

Menos mal. En la pista muchos pilotos con pinchazos. Fenouill ¡3 veces!, los nuevos Michelin Dessert no eran todo lo eficaces que se esperaba y al día siguiente tuve que prestarle cámaras para la rueda delantera.

Llegué al final de etapa y allí estaba esperándome el eterno Paolo Scalera con más comida.

-Paolo que no puedo más -le dije riéndome.

-Con esa cara de cerdo cansado no das buena imagen de los periodistas del mundial. Come, te digo que comas. Y bebe, toma, he conseguido en el mercado negro una cerveza (estaban prohibidas en Argelia).

-Pero si no me gusta la cerveza...

En fin, comí y bebí hasta la saciedad. Empezaba a ver claro que si de algo no me moriría en este París-Dakar sería de hambre en tanto mi fiel Scalera estuviera cerca. El campamento estaba a unos 80 kilómetros. De nuevo la larga espera de siempre. La noche y el frio. Ese día comí en la caja de plástico donde iba la ración energética. Como cuchara, la pequeña de plástico que incluía la caja para comer el queso fundido. estaba cansado y pensé que lo más práctico sería ponerme a dormir porque despierto no beneficiaba a nadie. Hacía más frio que nunca, así que decidí hacer un pequeño agujero en la arena y meterme dentro tapándome con las coberturas aislantes de aluminio que llevábamos para momentos críticos. Seguía teniendo frio y Jean M. Poli se dió cuenta de ello, por ello me cedió su cobertura de aluminio que tenía forma de saco y junto con la mía el frio se hizo más soportable. Dormí a ratos hasta que a las 12 de la noche cuando congelado de frio me levanté. Estaba preocupado porque sabía que no tenían que repostar y que la etapa había sido difícil. Encontré a Miami, el cuarto español del rallye, que a bordo de un Land Rover compartía la aventura junto a Sudre y Monod.

-Toma un pastís, entrarás en calor. -me dijo.

No estaba mal el pastís y eso que nunca me ha gustado, pero había llegado un momento en esta carrera que puse en práctica una filosofía que aprendí en los grandes premios: "Come cuando puedas, todo lo que puedas, porque no sabes cuando volverás a comer".

-¿Habéis visto al Lada de Ducados? -les pregunté.

-Sí, estan a punto de llegar. Creo que han roto la suspensión de delante.

Tardaron unos minutos en llegar, Eugenio me hizo un balance del destrozo.

-El chasis se ha arrancado. Reforzamos tanto el soporte de la suspensión que se ha llevado parte del chasis.

La única solución era soldarlo. Así que la asistencia oficial de Lada les dejó la soldadura eléctrica y éllos, recogiendo trozos de hierro que estaban tirados en la arena, hicieron una reparación de urgencia, trabajando casi toda la noche.

Habían perdido además un saco al saltar en la "tole" el cristal de atrás y no darse cuenta. También perdieron un anorack y la bolsa con la ropa de Manel, bolsa que pudo recuperar gracias a que Gianfranco Bonera, el ex-piloto de MV y Harley, la recogió en la pista (hacía de asistencia de unos motards), cosa que no ocurrió con el saco de dormir, elemento casi imprescindible.

Esa noche dormí junto a la moto y ellos dentro del coche, al que ponían en marcha para calentarse cuando el frio se hacía insoportable.

La situación se estaba poniendo difícil ya que el vehículo precisaba de una reparación a fondo, por lo que se optó que yo continuase en soiltario y ellos intentarían repararlo en algún pozo petrolífero fuera de la ruta del rallye para reunirse conmigo en el campamento siguiente.

La aventura se estaba poniendo difícil, porque además esta etapa que debía afrontar era una de las más complicadas del rallye.

Todo hacía preveer que mi carrera estaba tocando a su fin, aunque yo me resistía a creerlo, porque estaba convencido de que ellos estarían en Illizi. Me había planteado la carrera bien, muy bien, a mi ritmo para no desfondarme y para no romper. Cuando los pilotos a estas alturas de la prueba empezaban a ir escasos de recambio yo lo tenía practicamente intacto, por ello mis esperanzas de llegar a Dakar estaban creciendo dia tras dia.

Sabine quiso jugar en este dia a los aventureros, pero a fondo, y por ello tras unos pocos kilómetror de la consabida "tole" nos adentramos en el Erg Issaouanne. Un auténtico océano de montañas de arena de hasta 100 metros de altura. "No dejéis una baliza sin ver la otra o no podréis volver a la ruta porque no existe ni pista ni datos de orientación". Estas fueron las palabras de Sabine por la mañana. Por primera vez en la historia del París-Dakar, Sabine había decidido balizar la etapa, excepto algunos tramos porque... "el Dakar es el Dakar." La señalización fue obligada porque según Neveu, de lo contrario no hubiera llegado ninguno.

El paisaje era majestuosamente gigantesco y uno metido allí dentro se sentía por instantes más pequeño, más insignificante e impotente.

La cronometrada tenía 425 km y yo en teoría tenía carburante para 500 en el peor de los casos, pero surgió lo imprevisto. Un carburador estuvo perdiendo gasolina sin que yo me diera cuenta hasta que a 230 km de la meta me veo obligado a poner el grifo en la posición de reserva. ¡Alarma! Sabía que no llegaría al campamento y así ocurre. A 185 km del final mi depósito se queda completamente seco. Antes intenté corregir el nivel de la cuba pero de poco sirvió. Pasan algunas motos y los primeros vehículos que a pesar de mis gestos no se detienen. El primero en hacerlo es la asistencia de Jean M. Poli. Me dan 5 litros. Igualmente no llegaría pero por lo podría avanzar algunos kilómetros.

La arena se hacía cada vez más blanda y remontar las cordilleras de arena se hacía cada vez más difícil porque estaban machacadas por los automóviles que me habían alcanzado. En una de estas cordilleras, donde en la hoja de ruta ponía un tremendo "Danger", observo que no voy a poder pasar por el lugar que lo han hecho todos. Demasiada altura y demasiada inclinación, por ello opto por coger el margen derecho que está intacto. Arriba veo un Toyota todo terreno hundido materialmente en la cresta con su dos ocupantes trabajando afanosamente por sacarlo. Cojo velocidad, remonto y cuando estoy en lo más alto, se me hace un nudo en la garganta porque el otro lado del cortado era practicamente vertical y de una altura mínima de ¡10 ó 12 metros! Freno, la moto se hunde en la arena y todos mis esfuerzos no sirven para sacarla. Detrás mio llega otro Toyota, asistencia de Honda, que intenta seguirme los pasos y a pesar de mis gestos de atención, no corta gas hasta que practicamente son irreversibles los acontecimientos. Frena, pero lo hace tarde, ya que a pesar de haberse detenido, sus ocupantes, al bajar descompensan el coche y deben subir corriendo, precipitándose materialmente al vacío. El automovil golpea con el radiador y los faros contra el suelo y por unas décimas de segundo no sabíamos si quedaría con las ruedas hacia arriba o si caería con éllas en la arena. Apenas me ha dado tiempo de reaccionar, llegan dos chicas con un buggy y sucede lo mismo. Intento advertirlas pero por el temor a quedarse hundidas en la rampa llegan a toda velocidad hasta la cima donde al frenar se hunden quedándose con sus ruedas delanteras flotando en el vértice. Me dicen:

-Empuja hacia atrás -sin moverse de dentro.

-¿Y las planchas para la arena? -les pregunto.

-No llevamos.

-Pues solo queda un remedio, tiraros hacia adelante, porque hacia atrás os hundiréis más.

-¡Noooo!, eso ni hablar, yo no me tiro por aquí
-me dice asustada la que conduce.

-Bueno, empujemos, pero, por lo menos una de vosotras que baje y colabore -querían que empujase yo sólo, ¡estas mujeres!

No pudimos hacer retroceder el buggy y tuvieron que hacer caso a mi consejo tirándose por el abismo. El vehículo bajó relativamente bien, aunque la cara de pánico que tenía la chica era para verla. Era un tirarse o abandonar, no había más opción. Finalmente un chico con moto me ayudó a desenterrar la moto y a mi vez puse la moto de lado sobre el decanso, con el motor parado y con la rodilla izquierda en la arena, nos dejamos caer moto y piloto hasta abajo. Toda una experiencia este descenso.

Continué y a apenas unos kilómetros encontré al piloto de BMW Scheck accidentado. Él estaba bien, pero la rueda delantera de su moto parecía una "coca" de las que hace Josep Codina en su panadería. Había llegado a una de esas cordilleras de arena y en vez de cortar gas para ver que se escondía detrás, siguió a fondo cayendo al vacío desde una altura que yo calculé sería de 7 u 8 metros.

-Por suerte el suelo era de arena -me dijo con su característica risa infantil (a pesar de sus 50 años). Le propuse dejarle mi rueda para que continuase. Yo ya había perdido mucho tiempo y no me importaba esperar una hora más a su asistencia, pero después de observarla vimos que no servía. Disco de freno al otro lado, buje distinto, etc...

-Vete y gracias. -me dijo con la eterna sonrisa.

Apreté el botón del motor de arranque y el bicilíndrico de mi moto roncó rapidamente. Él en ese instante me miró y con un gesto muy simpático me dio a entender que ésa era la solucion para no tener que atar las motos por la mañana a los vehículos de asistencia para ponerlas en marcha como tenían que hacer irremediablemente siempre. Habían desmontado el motor de arranque porque pesaba 7 kgs., y les estaba resultado un calvario poner las motos en funcionamiento, porque utilizaban baterías más pequeñas que con el frio de la noche se descargaban.

Apenas hice unos kilómetros y me quedé de nuevo sin gasolina. Pasaron casi dos horas sin ver un alma, llegué a pensar que me había perdido. El primero en aparecer fue el Datsun Patrol de Christian Lacombe, de Moto Journal que no participaba pero estaba cubriendo con su mujer la información.

-Juan, ¿qué te pasa?

-Me he quedado sin gasolina.

-Vaya hombre, Qué lástima, porque mi coche es diesel
-añadiendo en broma- si quieres probamos si las BMW funcionan con diesel.

-No, gracias, prefiero esperar.


Estuvieron conmigo algún tiempo, pero les aconsejé que continuasen porque la noche se aproximaba y en África la noche es terrible. Cuando se marchaban, su mujer sale por la ventana y en un medio italiano, medio español me hace un signo de la victoria diciéndome:

-Forza Juan, forza, fuerza, que lo conseguirás.

Tuve que esperar una hora más hasta que otra asistencia de no sé quien me dió tres litros más. Continué y cayó la noche. La pista estaba impracticable y con tan sólo mi haz de luz, que era bueno, pero no era como la luz del día que permitía escoger los lugares cercanos para sortear los pasos difíciles. Alguna vez me aventuré a salir de la pista, pero dos veces me perdí y tuve que optar por rodar en la machacada pista. De vez en cuando veía vehículos hundidos. En una de las numerosas caídas en las inmensas roderas de arena, via lo lejos un fuego. Pensé que serían pilotos de moto que se habían detenido por la noche, como ya había visto varios, a esperar al día siguiente. Cuando me aproximé vi que se trataba de un todo-terreno que ardía como una antorcha. Intenté aproximarme para comprobar si alguien precisaba de mi ayuda, cuando comprobé que no había nadie dentro me alejé ya que podía explotar en cualquier momento con esos depósitos de 200 y 300 litros de combustible que llevaban. Continué pisando arena y ese fesch-fesch, una especie de polvo tipo cemento de 30 ó 40 cm de profundidad que esconde un terreno duro lleno de roderas donde metías la moto sin darte cuenta y caías irremediablemente. De nuevo me quedé sin gasolina en uno de estos bancos de fesch-fesch.

"¿Pero qué habré hecho yo para tener tan mala suerte?" -me decía a mi mismo en voz alta mientras con los puños cerrados daba ligeros golpes al depósito. Y me alcanzaron los camiones. La polvareda se quedaba en suspensión más de 5 minutos y yo allí en medio, con los ojos cerrados y los labios dentro de mi boca y apoyado sobre los brazos que estaban encima del depósito. El polvo impedía casi la respiración, pero no podía hacer nada. Tenía que estar junto a la pista para reclamar esa gasolina que me faltaba. Tenía que llegar al campamento como fuera a pesar de todos esos pilotos de moto que no quisieron arriesgarse con el fesch-fesch de noche y decidieron esperar. Tenía que llegar porque había trabajado demasiado durante todo el año como para no hacerlo y, además porque debía dar el aviso de que el japonés Sergawana estaba cerca de la pista con fractura abierta de una de sus piernas. Por suerte un compañero suyo lo atendía, pero sus dolores, a tenor del rostro que vi, debían ser horrorosos. Cuando yo llegué, hacía casi dos horas que se la había fracturado, y tardé todavia tres horas en llegar al campamento.

En medio del polvo vi las luces de un vehículo ligero, era el último coche de asistencia de Honda. Hago señales y se deiene. Lo conduce Guilleaune, el manager de Honda. Él me conoce de las carreras. Le pido gasolina, yo sabía que él llevaba y me quedaban apenas 15 kilómetros para la meta.

-¿Me puedes dar dos o tres litros, por favor? -le suplico. El miró mi aspecto empolvado, con el pelo, la barba y las cejas blancas, con los labios cortados, mis ojos rojizos. Duda, mira la moto.

-Es que no puedo, no es una Honda y tengo mucha responsabilidad, entiéndelo. -No lo podía entender, ni me lo podía creer. Es cierto, llevaba una BMW, pero por Dios, que no soy Auriol, era un privado, un periodista que estaba en momentos difíciles y necesita tan sólo tres litros de gasolina. Me dolió el corazón, apreté los dientes y con una falsa sonrisa le dije que lo entendía.

Horas más tarde, cuando alcancé el campamenteo gracias a un Lada que me dió carburante (tuve que ponerlo parte en mi cantimplora de agua para evitar que se perdiera todo por el carburador y así poderlo dosificar) me buscó y me dijo que lo entendiera y que lo disculpara. Yo, entonces ya no me acordaba, porque estaba satisfecho conmigo mismo. Había sido un día difícil pero llegué. Lo había hecho a las 12 y media de la noche.

-Muy bien, Juan. -me había dicho el control de llegada añadiendo: ¿Qué ha ocurrido a los demás motards que desde las ocho y media no ha llegado ninguno? -Se habían quedado en la pista, una pista que de noche era tremendamente peligrosa.

Pero mi asistencia no había llegado. Esperé y esperé con los ojos abiertos y mirando las estrellas. La esperanza existía, tenía la esperanza de que llegarían, pero no lo consiguieron. El vehículo estaba a 300 km del campamento, maltrecho, con Eugenio y Manel cansados y no pudieron llegar conmigo. Yo no tenía nada, absolutamente nada, tan sólo dos cámaras, unos cables, una tapa de válvulas y bujías.

Había cenado con un plato sucio de cartón que había encontrado tirado en la arena y un vaso seccionado que utilicé de cuchara. El frío de nuevo. No tenía saco, ni las coberturas de aluminio, tan sólo lo puesto. Me puse el "sotocasco" y un gorro de lana, además del dorsal, porque todo servía para abrigar.

Esperé y esperé. Me dormí, me desperté por el frío. Temblaba de tal forma que la asistencia de Morini que llegó pasadas las 2 de la mañana me despertó montándome una pequeña tienda que llevaban de reserva y me dejaron dormir dentro.

Todo lo triunfante que me sentí cuando llegué al campamento, me encontré frustrado e impotente a lo largo de la noche. Me despertaba de vez en cuando y salía de la tienda para ver si habían llegado, pero no estaban ni estarían nunca. Me sentía rabiosamente impotente, porque a pesar de la buena voluntad del equipo BMW en prestarme su ayuda, practicamente ninguna de sus piezas me servía. Amaneció y seguía esperando. Sabine dio su acostumbrado miting y seguía esperando. Salieron las motos y yo esperaba. Me llamaron y pedí salir más tarde porque tenía la esperanza.

Llegarán, tienen que llegar. -me decía. Sentado en una piedra miraba la pista por donde tenían que aparecer tarde o temprano. Salieron los automóviles y esperé. Finalmente tuve que salir. Se habían marchado los vehículos de BMW y ya no tenía quien me llevase el recambio. Salí con todo el coraje de mi vida, pero no me concentraba porque me acordaba de las palabras de Dietmart Beinhauer, director deportivo de BMW:

-No aguantarás sin recambios ni dos días y además perderás la moto. -También me acordé de todos aquéllos que me animaron en Nimes y a través de sus cartas. Casi 40 km de luchar conmigo mismo. De mantener una pugna como nunca la había mantenido entre mis ilusiones y mi sensatez. Ganó mi sensatez y regresé hacia atrás con los ojos empañados de impotencia, de soledad, de frustración.

Hubiera sido sencillo abandonar con el cuerpo plagado de heridas o con una moto que fuera un calvario, porque significaría terminar con un infierno, pero hacerlo en plena forma física, con una moto que era una maravilla (era la única BMW no oficial que restaba en carrera) fue duro. No me arrepiento de haber optado por esa decisión porque si hubiera continuado hubiera significado un desastre ya que Eugenio y Manel pensaban alcanzar Djanet por una de las pistas más difíciles de aquél sector y no hubieran llegado, quedándose abandonados en pleno desierto y sin nadie que les buscase. El regreso no fue fácil, con un automóvil dañado. Fueron casi 7 dias de reparaciones, de carretera, de dormir mal y comer peor, hasta llegar a Argel.

El Dakar me había derrotado de nuevo.

Juan Porcar (Solo Moto) 1983
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Malasombra_bros
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Mensaje por Malasombra_bros »

...como siempre, muchas gracias
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wxat
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Mensaje por wxat »

Malasombra_bros escribió:...como siempre, muchas gracias
Como siempre, a vosotros. Es un gusto recibir algún retorno... ;-)

Saludos.
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